En febrero de 2022, tras la invasión de Ucrania, se produjo un cisma en el mundo de la cultura rusa entre los artistas que condenaron lo que Putin llamó «operación especial» y abandonaron el país y aquellos otros que, por el contrario, decidieron permanecer leales al Kremlin.
Dos años después, el poder ruso ha consolidado su toma de control sobre la cultura, estrechando el cerco contra los artistas sospechosos de albergar críticas contra el gobierno. La lista negra cada día es más amplia y los incorporados a ella llevan tiempo sufriendo las consecuencias. No obstante, recordemos que al inicio de la invasión fue Occidente quien vetó a todos los artistas rusos sin excepción, cancelando sus intervenciones. Algunos, por tanto, no tuvieron más remedio que tomar partido, aunque la medida fue en realidad efímera y, salvo casos concretos como el del director de orquesta Valeri Gergiev – manifiestamente pro Putin, de quien es amigo personal -, la mayoría volvieron a ser incluidos en las temporadas de teatros, galerías y auditorios en general.
Por el contrario, en Rusia, el veto y la persecución han ido en aumento. En palabras del publicista Alexéi Volinets durante la primera reunión del comité creado para perseguir artistas “sospechosos”, llamado Grupo de Investigación de Actividades Antirrusas en la Esfera de la Cultura o GRAD, lo que Rusia necesitaba era su “propio macartismo”. El resultado: una represión sin precedentes de la disidencia, encarcelando o llevando al exilio a sus críticos. Se calcula que un millón de rusos abandonaron el país en 2022 y 2023, entre ellos destacadas figuras culturales en la mayor fuga de cerebros desde el colapso de la Unión Soviética.
El objetivo del GRAD, creado a imagen y semejanza de la comisión ideada por el macartismo para perseguir a los comunistas en EEUU tras la Segunda Guerra Mundial tiene dos vertientes: de una parte, aplastar todo aquello que pueda ser considerado falta de alineamiento y, por otra, alzar un frente cultural contra la influencia extranjera, y “desplazar a la quinta columna” que supuestamente se ha afincado en el mundo de la cultura rusa. La diferencia con el macartismo es que el GRAD no persigue a los comunistas, sino a aquellos artistas y gestores culturales rusos que no son “del todo patriotas”, es decir, que no apoyan públicamente la campaña militar. Por ello, no tardó en producirse la destitución de la directora del Museo Pushkin, sustituida por una antigua miembro del movimiento juvenil pro-Kremlin, y se produjeron cambios de dirección en dos famosos museos: la Galería Tretiakov en Moscú y el Museo Ruso en San Petersburgo. En ambos casos, personalidades cercanas al gobierno tomaron las riendas.
Por otra parte, la “caza de brujas” no se limita a los que se quedaron en territorio ruso, sino también a los exiliados. Como denuncia Dmitry Gudkov, opositor al Kremlin y ex legislador refugiado en Chipre, «Las autoridades quieren asustar a todos los que viven en el extranjero para demostrar que pueden perseguir a cualquiera, en cualquier lugar«. Además, esto incluye no sólo a los artistas poco patrióticos, sino también a su familia, como es el caso de la actriz Chulpán Jamátova, admirada por los rusos independientemente de su ideología, o del popular humorista Maxim Galkin, el más crítico con la guerra. La Fiscalía de su país investiga incluso si ambos cumplieron con sus deberes tributarios cuando vendieron sus propiedades antes de abandonar el país. En solidaridad con el citado cómico, la cantante septuagenaria Alla Pugachova, conocida por todas las generaciones de ciudadanos rusos y una de las mujeres que más discos ha venido en el mundo, pidió públicamente al Ministerio de Justicia de su país ser incluida en la lista de agentes extranjeros, una categoría jurídica similar a la declaración de «enemigo del pueblo» durante la era soviética.
Más ejemplos ilustran esta deriva. El autor de best-sellers, Dmitry Glukhovsky, considerado «agente del extranjero» tras abandonar su país, está siendo juzgado en rebeldía, acusado de falsificar información sobre las fuerzas armadas rusas. Igual que lo está siendo el cantante de rap Oxxymiron, ya que sus canciones contestatarias son muy populares entre los jóvenes. Algunos de sus temas han sido prohibidos, como el que habla de San Petersburgo con palabras codificadas que todo el mundo en Rusia sabe que evocan el sueño de un país que un día será finalmente libre. Sin embargo, una muestra de su enorme éxito es que, a pesar de que YouTube también está prohibido, la canción ha cosechado 15 millones de visitas en esa plataforma en los últimos meses.
Los nuevos censores también tienen en su punto de mira al grupo musical BI-2, que se negó a ofrecer un concierto en un escenario con el símbolo de la campaña militar rusa, la Z. Se trata de una de las bandas musicales más populares del país, ganadores de docenas de premios musicales y fervientes opositores a la guerra de Ucrania y a las políticas de Vladímir Putin. Su más reciente “contratiempo” tuvo lugar en el enclave tailandés de Phuket, donde los miembros de la banda fueron detenidos por agentes de inmigración acusados de haber realizado una actividad laboral provistos únicamente de un visado de turista. A otras figuras artísticas rusas, como al rapero Alisher Morguenshtern le fue prohibida la estancia en Emiratos Árabes Unidos después de que concediera una entrevista en la que proclamaba su intención de instalarse en Dubai.
La otra cara de la moneda es Yaroslav Dronov, de nombre artístico Shaman, que ha llegado a la cima de la popularidad con su canción «I am Russian», un tema que suena a todas horas. Es el nuevo ídolo que el gobierno promueve entre los jóvenes y llena las salas de espectáculo. Shaman también actúa gratis en el Donbass para el ejército ruso y el Kremlin es, sin duda, su mayor fan por sus letras al servicio de la eficaz propaganda rusa. El 17 de marzo, Rusia votará en unas elecciones dominadas por el poder de Vladímir Putin. Sin tener prácticamente oposición, el Kremlin ha buscado que los rusos apoyen la guerra de forma incondicional, y artistas como Shaman se han convertido en los aliados perfectos. Como recompensa, el cantante ha conseguido el estrellato y la fortuna en su país.
Alicia Huerta.