Los crímenes del BOE (I)

El Boletín Oficial del Estado es fuente inagotable de inspiración para los interesados en nuestra historia vinculada al Derecho, especialmente, Penal. Millones de boletines llevan años demostrando que la realidad supera la ficción y de algunos de estos casos realmente acaecidos, muchos escritores, empeñados en poner un final redondo a historias que parecen no tenerlo, han encontrado el núcleo de sus obras

Por Redacción

El Boletín Oficial del Estado es fuente inagotable de inspiración para los interesados en nuestra historia vinculada al Derecho, especialmente, Penal. Millones de boletines llevan años demostrando que la realidad supera la ficción y de algunos de estos casos realmente acaecidos, muchos escritores, empeñados en poner un final redondo a historias que parecen no tenerlo, han encontrado el núcleo de sus obras

El libro “Los Procesos célebres seguidos por el Tribunal Supremo en sus doscientos años de historia”, es decir aquellos que tuvieron en su día gran repercusión mediática, recoge los entresijos judiciales de crímenes que aún sobrecogen, aunque los protagonistas hayan desaparecido hace décadas. Fruto de un minucioso proceso de selección, esta obra colectiva bajo la dirección de Jacobo López Barja de Quiroga, recoge procedimientos tramitados a lo largo de la historia en los que tuvo intervención el Alto Tribunal. Entre ellos, el crimen de la calle Fuencarral, el asesinato de Eduardo Dato, los sucesos de Casas Viejas, el crimen de Tardáguila, los atentados contra Alfonso XII y Alfonso XIII o el crimen de Cuenca. 

No son pocos los delitos y sus correspondientes procedimientos judiciales que han quedado ligados para siempre a la obra creativa de un escritor o cineasta. Su curiosidad va más siempre más allá y se ven impelidos a responder preguntas que quedaron sin contestar en el correspondiente juicio. Incluso llenan “lagunas” para que su argumento no quede tan impreciso como, sin embargo, sí quedó la “solución judicial” que se dio al asunto en la vida real, dando origen al género denominado Novela Testimonio, crónica periodística en forma de novela. En España, Ramón J. Sender fue el enviado del periódico El Sol a Cuenca y años después escribió “El crimen de Cuenca” y, antes que él, Benito Pérez Galdós, a partir de la colección de crónicas enviadas por el escritor canario al diario argentino La Prensa, escribió “El crimen de la calle Fuencarral” convirtiéndose en pionero del género policíaco apenas frecuentado hasta entonces en la literatura española.

El crimen de la calle Fuencarral

El 2 de julio de 1888, los vecinos del inmueble situado en el número 109 de la citada calle madrileña alertaron a la policía de un fuerte olor a petróleo y carne quemada que procedía del piso segundo izquierda. En él habitaba doña Luciana Borcino, natural de Vigo y de buena posición económica, a quien en el barrio conocían como la viuda de Varela. Después de llamar en vano, la policía derribó la puerta y encontró su cuerpo sin vida: estaba en la cama, boca arriba, cubierta de paños mojados en petróleo que habían sido quemados. Su cuerpo presentaba tres cuchilladas, una de ellas en el corazón.  

En la habitación contigua, un bulldog y la empleada Higinia Balaguer Ostalé dormían profundamente, al parecer, bajo los efectos de un narcótico. De las primeras pesquisas, la policía descartó el robo como el móvil del crimen y condujo a Higinia a sus dependencias para tomarle declaración. Ella acusó al hijo de la víctima, José Vázquez-Varela, apodado ‘El Pollo Varela’, joven de vida desordenada pero con coartada: la noche de autos estaba ingresado en la Cárcel Modelo por el hurto de una capa. Sin embargo, Higinia mantuvo su versión, asegurando que el Pollo Varela la había amenazado y sobornado para que comprara petróleo, limpiara la sangre y quemara el cuerpo. Después, debido a tanta tensión psicológica, simplemente se desmayó. Una rocambolesca narración que la convirtió de inmediato en sospechosa. A ella y a su amiga, Dolores Ávila, conocida como Lola la Billetera.  

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Las circunstancias del crimen y los personajes implicados – víctima rica con mal genio, hijo con cuentas pendientes con la justicia y una criada que llevaba tan solo seis meses en la casa –, hicieron que el caso se convirtiera en uno de los primeros de los que se hizo eco la prensa española, con el periódico El Liberal de Madrid encabezando el interés mediático. La sociedad madrileña lo discutía en los cafés y, cómo no, se dividió en dos bandos: los higinistas, partidarios de la criada que representaba el desamparo del proletariado y los varelistas, que veían en Higinia a una envidiosa que odiaba a su señora.

Por fin, el 26 de marzo de 1889, empezó el juicio. La expectación por ver y escuchar a los encausados provocó colas para acceder al Palacio de Justicia ya desde las nueve de la noche del día anterior y fue necesaria la intervención de las fuerzas de seguridad para mantener el orden. Las pruebas de culpabilidad caían abrumadoramente sobre Higinia, quien incapaz aparentemente de soportar la presión, confesó el crimen. Narró que ese día, mientras limpiaba, había roto un jarrón y que la señora, a quien describió como insoportable, la abroncó de tal manera que en un momento de ofuscación, la mató.  

Sin embargo, todo apuntaba a que no lo habría hecho sola. Se descubrió una conexión entre Higinia Balaguer y José Millán Astray, a la sazón director de la Cárcel Modelo en la que José Varela se encontraba recluido, a quien conoció por su relación con Evaristo Abad Mayoral, alias el cojo Mayoral, dueño de la cantina frente a la prisión. Y, para sorpresa de todos, se probó además que el “pollo Varela” también era amigo del director de la cárcel, de donde entraba y salía cuando le venía en gana, como si fuera una pensión. Por otra parte, gracias a las testificales, se estableció que lejos de esa presunta diferencia de clase, Higinia y Varela eran “amigos”.

Por fin, el 25 de mayo llegó el fallo del tribunal: “Que debemos condenar y condenamos a la procesada Higinia de Balaguer Ostalé, por delito complejo de robo y homicidio, a la pena de muerte (…)”. La sentencia condenó a Dolores Ávila como cómplice a una pena de dieciocho años de prisión, absolviendo al resto de procesados. El fallo, sin embargo, no acabó con la división en la sociedad. Para muchos, la sentencia era fruto del rencor social burgués y no de una verdadera voluntad de hacer justicia. Lo cierto es que años más tarde, el Pollo Varela se vio envuelto en otra muerte de extrañas circunstancias, la de una prostituta que cayó desde un piso alto de la calle Montera, por la que fue condenado a 14 años de cárcel. Pero Higinia ya no estaba, había sido ejecutada en el garrote vil el sábado 19 de julio de 1890. Tenía 28 años.

La versión de Galdós, a partir de sus crónicas para La Prensa, dio lugar a su novela «El crimen de la calle Fuencarral: cronicón de 1888-1889», convirtiéndole en pionero del género policíaco, apenas frecuentado hasta entonces en la literatura española. Por su parte, en 1946, el cineasta Edgar Neville rodó “El crimen de la calle de Bordadores” basando asimismo en el crimen de la calle Fuencarral.

A. Huerta