Mahul: el mortal infierno tóxico en el contexto del plan ‘Vivienda para todos’.

En Bombay, ciudad de extremos donde riqueza y pobreza viven puerta con puerta, existe un barrio al que nadie quiere ir. Se llama Mahul, y hace tiempo que le pusieron de apellido “where the poor are sent to die”, es decir, “donde se envía a los pobres para morir”.

Por Redacción

El primer ministro de la India, el nacionalista hindú Narendra Modi, anunció a principios de 2025 varios proyectos de construcción de viviendas y complejos de oficinas en algunos de los barrios más pobres en el marco del plan ‘Vivienda para todos’ del Ejecutivo indio. Durante las últimas tres décadas, India ha atraído la atención mundial gracias a su potencial económico. Con una fuerza laboral de 600 millones de personas, una clase media en expansión y buena posición geográfica estratégica, el país se ha convertido en imán de la inversión extranjera. Sin embargo, a pesar de conservar su título como la principal economía de más rápido crecimiento del mundo, existe una inflación persistente de los alimentos superior al 8 %, un crecimiento laboral estancado, un déficit comercial creciente y un débil consumo urbano. Además, no se logra terminar con la grave contaminación que sigue caracterizando las grandes urbes del país y tampoco la insoportable pobreza.

Por ejemplo, a las afueras de Bombay existe un barrio al que nadie quiere ir, pero en el que muchos han tenido que quedarse a vivir. Se llama Mahul y hace tiempo que le bautizaron como el lugar “where the poor are sent to die”, es decir, “donde los pobres son enviados para morir”. También se refieren a él como el “infierno tóxico”, por la enorme cantidad de vertidos que contaminan el medioambiente. Antes, cuando la tierra, el aire y el agua no estaban contaminados con los desechos tóxicos de las industrias pesadas y plantas de tratamiento de aguas residuales que rodean la gran metrópoli, Mahul era solo un pueblo de pescadores lejos del bullicio de Bombay, la ciudad más poblada del país. Y hasta que llegaron los nuevos vecinos, estaba habitado por miembros de la comunidad Koli, clasificada en el censo de 2001 como casta programada, es decir, como grupo oficialmente designado de personas en desventaja social.

Aquella antigua aldea de pescadores hace años que se vio desbordada tras el establecimiento de enormes refinerías de aceite y petróleo, fábricas de productos químicos y plantas de fertilizantes que no tardaron en afectar al medioambiente. Numerosos informes llevan tiempo alertando de la grave contaminación que castiga la zona, pero ello no impidió que las autoridades locales decidieran establecer allí complejos de nuevas viviendas para realojar a los miles de personas – entre 30.000 y 50.000 – que habían tenido que dejar sus hogares en otros barrios pobres de Bombay, como Powai, Chembur, Vakola o Bandra, que tenían que ser demolidos para cumplir la norma exigida por un tribunal de Bombay: mantener una distancia mínima de 10 metros entre las tuberías y las casas para garantizar la calidad del agua que llegaba a la gran ciudad.

Sin embargo, la resolución de un problema condujo a la creación de otro. El nuevo proyecto urbanístico pasaba por la demolición de miles de casas y nadie sabía qué hacer con unas familias que lo único que tenían era aquel precario techo bajo el que cobijarse. Fue entonces cuando se decidió realojar a los ocupantes de las casas demolidas en los que se llamaron “campamentos de tránsito”, situados en Mahul, un área de 16 hectáreas con más de 17.000 viviendas construidas y tan próxima a la refinería de Bharat Petroleum que algunos edificios se encuentran a solo 80 metros de los tanques de petróleo. Muchos se negaron en un principio a ser realojados allí, pero nadie les daba otras opciones. Además, se les aseguró que pasarían en Mahul una temporada breve, pero el tiempo fue pasando sin que la promesa de las autoridades se viera cumplida.

Poco después de mudarse, empezaron los primeros casos de enfermedades relacionadas directamente con los desechos tóxicos del lugar. Desde que llegaron, los realojados se vieron afectados por síntomas diversos, como dificultad para respirar, irritación de la piel y de los ojos, anomalías en la tensión arterial o tuberculosis. En 2015, el Tribunal Nacional Verde de la corte ambiental de India señaló que existía “una amenaza perceptible para la salud de los residentes” de la zona por culpa de la calidad del aire, pero las autoridades locales siguieron empeñadas en lo contrario. Según tres encuestas diferentes realizadas por la Junta de Control de Contaminación de Maharashtra, los niveles de contaminación en Mahul no eran “diferentes a los de otras áreas de Bombay”.

El problema de la contaminación no era el único con el que tenían que lidiar los realojados. Para colmo de males, el nuevo asentamiento no disponía de acceso a instalaciones de agua limpia ni de alcantarillado y el suministro de electricidad era claramente insuficiente. Tampoco hay hospitales o escuelas cercanas, y la red de conexión con otras zonas es tan deficiente que muchos han perdido los trabajos a los que no pueden llegar cada día desde donde viven ahora. Por si no fuera bastante, la comunidad tiene que enfrentarse a menudo al desbordamiento de aguas residuales en las calles o a plagas de mosquitos y de ratas.

Grupos de activistas como el llamado Mahul Prakalpgrast Samiti llevan años organizando manifestaciones y diversos tipos de protestas para que les rescaten de allí. Sobre todo, después de que una explosión en la unidad de hydrocracker de Bharat Petroleum Corp Ltd hiriera a 43 personas. Los residentes organizaron una protesta silenciosa frente a la residencia del ministro de vivienda y un millar de personas formó una cadena humana de más de tres kilómetros que llegó, de nuevo, hasta la puerta del ministro de vivienda. Poco a poco, lograron hacerse oír. Nada más, de momento, a pesar de que ganaron una importante batalla judicial con una sentencia que determina que las autoridades municipales no pueden obligar a nadie a mudarse a Mahul y que deben encontrar una vivienda alternativa o pagar un alquiler a las familias que se mudaron.

A. Huerta